Por Eva Martínez Ambite
La situación actual socioeconómica y sanitaria producida como consecuencia de la pandemia está afectando de forma decisiva al incremento del racismo y la xenofobia. El incremento de la desigualdad y la pobreza; el temor a que ésta se acreciente aún más con la dificultad en el acceso al mercado laboral o mantenimiento del empleo, o el temor a una falta de acceso a servicios y prestaciones sociales para poder paliarla, porque la ciudadanía entienda el desequilibrio entre una oferta más restringida (reducción de los recursos y servicios a repartir) y una demanda que se amplía como consecuencia de la crisis, son los elementos clave para ello. Aunque el racismo y la xenofobia no responde a un patrón de clase social, el temor a la competencia por los recursos limitados se conexiona muy especialmente con los grupos más desfavorecidos y desprotegidos donde el temor y desprotección es mayor que en las clases sociales acomodadas.
Estas situaciones de rechazo a la presencia de personas migrantes, aumentando las peticiones de aplicar restricciones a su llegada y reconocimiento de derechos e, incluso el deseo de que sean expulsado a sus países de origen, ha estado presente a lo largo de la historia y responde siempre a un patrón estructural socioeconómico. Pero no debemos olvidar que para que este aumento del racismo se produzca es necesario un componente más en la ecuación, que no es otro, que el discurso político-mediático. Si la clase política utiliza en sus discursos argumentos xenófobos como lo está haciendo y los problemas sociales y económicos son analizados en clave étnica o de procedencia o nacionalidad, el odio al extranjero aumentará y tendremos importantes fracturas y conflictos sociales. Por todo ello, es relevante saber el grado de utilización de argumentos demagógicos sobre la inmigración empleados por los partidos políticos y denunciar y penar su utilización. ¿Cómo es posible que se persiga y encarcele a raperos por el contenido de sus letras, y no se haga lo mismo con los mensajes difundidos en las redes o en los mítines políticos?
Es así como en este momento, elecciones, crisis socio sanitaria e inmigración se convierten en un cóctel muy peligroso. Determinado partido de ultraderecha está azuzando con un discurso de odio en ese momento en busca de un voto lleno de prejuicios en personas que temen por su supervivencia y bienestar. Hace unos años, vi en las redes un vídeo de una señora andaluza que me impactó por su claro mensaje. Sentada en una mesa camilla nos daba una lección y hacía pedagogía utilizando unas meras galletas. A un lado de la mesa colocó una galleta y al otro lado media galleta, mientras que en el lado que ella ocupaba colocó un paquete enorme de esas galletas. Su reflexión era clara: estamos peleando por las migajas, tratando de poder tener o mantener una triste galleta, se la quitamos o reclamamos al que tiene media, mientras que el paquete está lleno y no somos capaces de luchar juntos para acceder a él..
No estamos hablado de probabilidades de conflicto social, el peligro ya está aquí, y las Islas Canarias son un ejemplo claro de una olla a presión a punto de estallar. Pobres contra pobres, enfrentados por un partido político que utiliza miserablemente un discurso de odio hacia las personas inmigrantes, y una clase política que ante la miseria, mira para otro lado. Las agresiones a personas migrantes y las movilizaciones racistas y xenófobas en contra de la inmigración se están produciendo en los barrios olvidados de las islas, que arrastran años de carencias y abandono institucional. Las protestas se fundamentan en la inseguridad y el miedo que provocan los inmigrantes, aunque la Delegación de Gobierno y la Policía Nacional en Canarias han probado que la criminalidad no ha aumentado con el incremento de la llegada de inmigrantes en el 2020, al contrario, se ha reducido.
En este sentido, me pregunto, como se preguntaba la señora del vídeo, qué ocurriría si los vecinos de los barrios que más están sufriendo las consecuencias de la crisis se unieran a los inmigrantes en una reivindicación conjunta sobre el cumplimiento de los derechos sociales regulados en nuestras leyes, y el desarrollo y puesta en marcha de políticas sociales de protección de esos derechos.
Nos hacen creer que los inmigrantes nos quitan el trabajo y la protección social, pero quienes nos roban son las empresas evasoras, las multinacionales, particulares como el Rubius y otros tantos que no tributan como debieran o escapan a paraísos fiscales consentidos por la UE y, por supuesto, quienes nos recortan los derechos y servicios en sanidad, educación, servicios sociales, empleo, etc., es decir, todas esas políticas que forman parte de los mecanismos del Estado para garantizar la cobertura de necesidades básicas y la tan nombrada igualdad de oportunidades de su ciudadanía. Ojala comprendiéramos el poder que como ciudadanos y ciudadanas tenemos, más allá de pelear y quitar las migajas a quién menos tiene y exigiéramos un reparto equitativo del paquete de galletas… o lo que es lo mismo de los recursos que vía impuestos todos y todas aportamos.
La máquina de fabricar fascistas es el odio, pues solo a través de este se rompe el diálogo de lo común. A través del mensaje o discurso del odio se transmite una y otra vez el mismo mantra: esa idea de que alguien es culpable de algo, de que unos están por encima de otros o de que todos los males de este mundo tienen género, un color determinado, una religión, o un país de procedencia. Como bien decía Javier Gallego en un artículo publicado recientemente, es de primero de fascismo, azuzar y enfrentar a quien menos tiene, engañando con el viejo truco de la patria; y que una mayoría en el poder y la ciudadanía se quede de brazos cruzados mientras el populismo de extrema derecha se nutre y crece.