Por Eva Martínez Ambite
Es completamente posible, y desafortunadamente algo casi natural, vivir una vida irreflexiva, vivir de manera más o menos autómata, vivir de manera acrítica. Es posible vivir sin darse cuenta de la persona que uno es o en la que se está convirtiendo, sin desarrollar o trabajar las habilidades y predisposiciones de las que se es capaz. Frente a este modo de vivir, el pensamiento crítico es un valor y un fin eminentemente práctico, porque está basado en las destrezas, los recursos y los valores esenciales para vivir el ideal de una vida consciente, que preconizaban ya los filósofos de la antigua Grecia.
Pero pese a que pensar críticamente es la base de todo proceso de aprendizaje real, el valor del pensamiento crítico, en nuestra sociedad, es un valor generalmente negativo. ¿Qué pensamos de una persona cuando se dice de ella que es “muy crítica”? ¿La valoramos o la devaluamos por ello? Lo contrario al pensamiento crítico es el pensamiento condicionado, dirigido o difuso, y lo peor, único. Supondrá emitir juicios o tomar decisiones sin sopesar si nos faltan datos e información, si dañan a otros, dejándonos llevar por prejuicios y creencias previas, o basar nuestro pensamiento en fundamentos erróneos ajenos a la evidencia de los hechos, a la reflexión de las opciones posibles y al argumentario del propio razonamiento. Es decir, todo lo que está presente en los prejuicios y conductas racistas, xenófobas, machistas, homófonas, y un largo etcétera.
El pensamiento crítico hace posible la confrontación de ideas y argumentos, el diálogo y con ello, la posibilidad de consenso. Ese consenso que tanto necesitamos para superar esta crisis. Se fundamenta en la libertad, la libertad para tratar nuevos asuntos, enfoques o explicaciones de un fenómeno o problema. Sólo teniendo libertad para reestructurar ideas y para analizar experiencias alternativas, aprendemos los seres humanos a explorar los diversos contextos y a determinar el significado de las informaciones nuevas. Dewey (1933) señalaba que nadie puede decirle a otra persona cómo debe pensar, pero sí puede decirle que hay unas maneras de pensar mejores que otras. Una de ellas es pensar de manera reflexiva y crítica.
Y dicho todo esto, aquí estamos, probablemente en uno de los momentos históricos donde la incertidumbre, la duda y el miedo lo llena todo. Donde son muchas las personas y familias con enormes dificultades para sobrevivir, donde no podemos programar nuestra vida, donde es fácil dejarse llevar por pensamientos negativos respecto del futuro, y donde, no olvidemos, hay un calculado discurso tendente a enfrentar a la población y, culpabilizar y deshumanizar a determinados grupos sociales. Pues bien, en estos tiempos que nos está tocando vivir, es fundamental tener capacidad de resistencia, pero también capacidad de análisis y reflexión, es decir, es fundamental fortalecer el pensamiento crítico.
Y por todo ello, cuesta tanto entender el esfuerzo de los sucesivos gobiernos en reducir, precisamente, esa forma de pensamiento en el sistema educativo en España. Aunque aprender a pensar podemos hacerlo desde todas las materias, solo desde la Filosofía y la Ética emana el pensamiento crítico. Después de padecer la LOMCE, nos llenó de alegría conocer, allá por octubre de 2018, que la Comisión de Educación del Congreso, aprobará, y lo hiciera por unanimidad de todos los grupos políticos, recuperar la materia de Ética en la ESO y crear un ciclo completo de Filosofía junto a las asignaturas de 1º y 2º de Bachillerato. Por fin, se ponían de acuerdo en algo tan importante como poner en valor y devolver el espacio perdido en el currículo escolar a la Filosofía y la Ética o la educación en valores.
La sorpresa nos ha llegado, cuando hemos podido ver que el proyecto, de la esperada nueva reforma educativa, la LOMLOE, no reflejara dicho acuerdo y solo contempla una asignatura sobre Valores en 3º de la ESO. Finalmente, en la tramitación en el Congreso, se ha incorporado Filosofía en 1º de Bachillerato e Historia de la Filosofía en 2º. Esto significa que no hay ciclo y aquellos estudiantes que tras la ESO opten por la FP o por abandonar los estudios no habrán tocado un libro sobre Filosofía en diez años de permanencia en el sistema educativo.
Y nos preguntamos, ¿Cómo es posible que sigamos sin entender que es fundamental enseñar a pensar, a disentir para comprender, a dialogar y respetar al “otro”? En este sentido se me vienen a la cabeza las palabras de Antoni Aguiló: el rol genuino del filósofo fue confrontarse con el mundo, ser la conciencia crítica de su tiempo, conocer (y, como diría Marx, transformar) la realidad de la que forma parte. ¿Cómo vamos a transformar nuestro mundo, tan necesitado de profundos cambios y transformaciones, si nos dejan sin herramientas para hacerlo? Quizá esa sea la respuesta, se quiere y se busca una población autómata y acrítica para que nada cambie.